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Historias

Donde la realidad y el cuento se entremezclan…

– Historia basada en un hecho real. Hospital Zonal de SC de Bariloche.

De como nos ven.

Entré por primera vez el día de mi cumpleaños, un 30 de marzo hace 2 años. Recuerdo haber recorrido los pasillos con rapidez, sin tocar nada, intentando  que el inconfundible olor que deja la pelea contra la muerte no me llegue.

No quise ver al viejo sentado en el banco de madera de la entrada ni reparar en aquella mujer, una cuyas manos eran de dedos gordos, piel tirante, oscura. Se entrelazaban los dedos; se movían, se pisaban con el arrebato de ganarle la partida a la  espera. Con ilusión. Pero más parecía que los manejaba el títere de la ansiedad, ése que aprovecha cuando el eco de la esperanza se ha fugado por la puerta que siempre deja entreabierta la resignación.

Hay muchas puertas acá, todas iguales. Y paredes. Hice todo lo posible por evitar detenerme en  lo gris y descascaradas que están. Había varios carteles pegados en una pared, parecía una parada de colectivo de esas con afiches de concierto a medio volar… pero éstos hablaban de diabetes y  de sangre y no sé de qué más.

Sangre– me acordé.  Y apenas si tuve tiempo de sentirme culpablemente afortunada de estar allí sólo para donarla.

10 minutos, nada más– pensé con el egoísmo de quienes sólo ven su media mitad. Y ya quería irme.

Pero mi sangre no les sirvió.  Y debe haber sido por mi incapacidad para aceptar un No que volví. Regresé a dar más que lo primero o quizás para entender que las cosas no son nunca como uno las ve la primera vez…

 

Rafael tiene 62 años y el corazón lleno de historias no contadas. Casi siempre lo encuentro cerca de alguna ventana; a veces mirando el pedacito de lago que se adivina de ahí, a veces con ganas de ya no levantar la vista, jugando con la comida sin ingerirla, llorando.

Se emociona si hablamos del pasado y sabe de leyendas de toros con cuernos de oro, de días de pesca, de fierros y del peso que carga la memoria.

Sus frases son cortas, las desliza por lo bajo. Hay que estar muy atenta para no perder el hilo.

Y su voz no es la única voz aquí.  

Flotan en este ambiente murmullos, voces familiares, a unos los veo conversar con interlocutores invisibles, pedirme plata, maldecir. Más allá escucho órdenes, el ruido del metal contra una cama, gente controlando, otros trabajando, hay unos pocos tratando de dormir.

Se duerme acá con los objetos de valor bajo la almohada. 

Se comparte la yerba con amigos. 

Hay uno que se ha ido sin la suficiente capacidad para recordar que estuvo acá, que se lo llevaron cuando aún no había aprendido a extrañar…

 

Este lugar esta lleno de sonidos. Tiene historias y frases que resuenan en los pasillos, otras que se dicen a media voz, que no se repiten. Hay gritos y llantos, hay emociones a flor de piel.

 

Lo que voy a contarte es parte de la reciente historia de Rafael,  la que no encontrarás en la historia clínica y que sólo pudieron vivir quienes escucharon  las vivencias del paciente. Ésas que nada (y todo) tienen que ver con los dolores y quejas del cuerpo.

Rafael pasó mucho tiempo hablando de lo que no tenía; ni casa, ni pensión. No tenía piernas y tampoco familia. Estaba solo. Así lo repetía y así parecía ser hasta que una tarde hubo quien supo llegar, a fuerza de crear un vínculo y saber escuchar. Y esa vez él le dijo la única familia que tengo es una hermana por Bahía Blanca, que no veo hace 40 años.

Este oído parece haber cambiado su historia.

No sólo fue quien se animó a iniciar la búsqueda por Internet hasta encontrar a una persona con el nombre de la hermana de él, sino también a llamarla. Tuvo el coraje para mucho más… ¿Cómo decirle a ella que su hermano vivía, que estaba internado hacía más de un año, que había perdido las dos piernas y que no se iba a su casa porque no tenía donde ir? ¿Y eso le importaría a ella que no lo había visto ni mantenido ningún contacto en 40 años?

Se pusieron en juego muchas variables, mucha movilización de ambas partes, de todos ¿Correspondía decirle a él que la habíamos localizado? ¿Era justo mantener un espacio de privacidad donde ella pudiera elegir qué hacer?

 

Comenzaron a ir y venir cartas, relatos que él dictaba y alguna otra alma solidaria escribía, se comenzaron a acortar distancias hasta que un sábado de marzo luego de varios meses ya no hubo más espacios que sortear y los dos hermanos pudieron fundirse en un abrazo interminable.

Dicen quienes estuvieron allí que fue increíble, reparador, el inicio de más y más posibilidades de encuentro… el comienzo de algo y el fin de la peor de las soledades, la que se da en la enfermedad, en la vejez y en un hospital.

 

Ahora entro al hospital sabiendo que dentro de este edificio sin color también existen almas que van y vienen haciendo la vida de quienes están acá un poco más amena. Los doctores y enfermeras son la cara visible, pero hoy hablo de otras. Son unas que leen cuentos a los chicos que están en sala de espera, otras  que alimentan a aquellos que no pueden hacerlo solos,  las hay que organizan talleres de arte para las mamás que tienen a sus bebés internados en neonatología, hay también talleres de recreación para los pacientes sociales, existen las almas que simplemente acompañan, escuchan, dan un abrazo o sostienen una mirada.

No tienen familiares internados, no perciben un sueldo, sólo las distingue un guardapolvo rojo que las identifica como “Voluntarias” del hospital zonal y las muchas ganas de generar un cambio, por más pequeño e insignificante que sea en su medio, en ese lugar y en vos.

 

Magui

Abril 2007.

 

 

 

 

 

 

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